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Cuando mi marido y yo iniciamos nuestra relación, yo era la mala, la otra. Pero en esta peli la mala no se quedaba llorando, escuchando el silencio de una habitación vacía, mientras él volvía con su mujer. No, en esta ocasión la mala ganaba.
Después vino una década tranquila, monótona, donde todo estaba programado, no había aventura, no había drama. Era una película tranquila pero algo insulsa.
Y de repente, un nuevo guión estalló en mis narices. En él yo era la chica buena que confía plenamente en su pareja, la que nunca duda, la que siempre esta esperándole con la cena preparada, y a la que se le engaña. Pero no penséis que esta protagonista al descubrir el engaño se rasgó las vestiduras y suplicó que no la dejaran. ¡No! Debo confesaros que me puse algo melodramática, que huí de nuestra casa y que vagué sin rumbo por la ciudad hasta llegar a la vieja catedral, y que incluso, yo, una descreída entré en ella a, supongo rezar, y después con las ideas aún calientes regresé y le dije, eres libre, ¡Vete!.
Pero él no se marchó, al contario, fue el que suplicó por una nueva oportunidad, por un perdón. Y de nuevo gané.
Y ahora otra vez en la dulce monotonía, echo de menos una nueva aventura. Pero creo que necesito un cambio de registro, me apetece volver a ser la mala.
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